sábado, 21 de septiembre de 2013

COMUNIÓN DE LOS SANTOS



La Iglesia la constituimos las personas que estamos en la tierra, las que están en el purgatorio y las que están en el cielo. Es un consorcio o comunidad de vida que tenemos desde la tierra con nuestros hermanos que están en la gloria y con los que están purificándose. A esto se le llama comunión de los santos.
La Iglesia global está integrada por 3 estados: la Iglesia militante o peregrina (los que estamos en la tierra), la Iglesia purgante (los que están en el purgatorio) y la Iglesia triunfante (los que están en el cielo). El nexo de unión de los 3 estados es Jesucristo.
El conjunto de estos 3 estados forman la Iglesia comunión de los santos. Es la comunión de todos los que estamos alrededor de Jesús.
Lo que fundamenta la unión entre estos 3 estados es una misma caridad (caridad es el amor de Dios). Estamos unidos por el amor de Dios que viene a nosotros, porque poseemos el Espíritu Santo (que es el amor de Dios).
Por eso sólo los que tienen el Espíritu Santo forman parte de la comunión de los santos, pues gracias a él estamos unidos por la caridad y somos de Cristo.
Dios es el que nos ama, y el amor que Dios nos tiene y que nos viene a través de Jesús, es tanto para los que estamos en la Iglesia peregrina, como para las almas del purgatorio y del cielo.
Dios nos ama aún siendo pecadores, y con su amor nos transforma, nos quita el pecado, nos llena de su amor, y ya podemos amar.
Dios, una vez nos ha dado su amor, nos da la oportunidad de que le devolvamos el amor por propia iniciativa, para ello nos dice que amemos al prójimo, pues no le podemos devolver el amor directamente, pero sí a través de nuestros semejantes.
La caridad, que es el amor de Dios, al llegar a nosotros nos capacita para amar a los demás, ese amor es el motor de la comunión de los santos.
Para los católicos el concepto de Iglesia es más amplio que el de comunión de los santos, pues los que están en pecado temporalmente no forman parte de la comunión de los santos, pero siguen formando parte de la Iglesia.
En la Iglesia militante estamos viviendo la misma vida que en la Iglesia triunfante, el mismo Espíritu Santo nos mueve a todos. Hay una comunicación de bienes espirituales.
En el cielo, Jesús preside la alabanza a Dios Padre, y todos los santos del cielo están unidos en esa alabanza junto a todos los ángeles.
Nosotros participamos de esa alabanza del cielo cada vez que hay una Eucaristía. En la misa estamos rodeados de toda la corte celestial. La Eucaristía es la participación desde la tierra de  la liturgia que se celebra en el cielo.
En el cielo hay también oración de petición o intercesión: Jesús resucitado intercede continuamente por nosotros. Los santos colaboran con Jesús en esa intercesión.
Para reflexionar:
¿Nos damos cuenta que participamos de la liturgia celestial al estar en comunión?
La caridad, es decir, la capacidad de amar a los demás con amor divino ¿es la que produce la comunión de los santos? ¿Nos viene de Dios a través del Espíritu Santo al unirnos a Cristo?

lunes, 16 de septiembre de 2013

EL MAL Y EL DOLOR HUMANO



En el mal y el dolor es en donde se siente más el silencio de Dios. Ante el mal surge la pregunta de ¿qué hace Dios? o, ¿por qué Dios no evita el mal?
El sufrimiento y el dolor han sido siempre una causa para cuestionar la existencia de Dios.
Epicuro fue el primero en plantear que si Dios es omnipotente no entiende por qué no evita el mal. ¿Cómo puede ser Dios bueno y permitir el mal?, parecen atributos contradictorios.
Hay una contradicción en que haya un Dios y un mal. No puede ser que exista Dios ante la presencia del mal.
S. Agustín dice que el mal es algo negativo, pero sentimos el mal porque hay bien, el mal es la ausencia del bien. Si no hubiera bien no podríamos sentir el mal. Y Sto Tomás de Aquino nos dirá que si hay mal es porque hay bien y si hay bien es porque hay Dios. El bien tiene su causa última en Dios y si hay mal es porque hay bien y hay Dios.
El mundo y la criatura humana son finitos y contingentes, solo el creador es perfecto. La contingencia y la posibilidad de error está en todo lo creado, por eso existe la posibilidad de mal. El fallo, el desajuste, el mal, es inevitable en una realidad creada.
El mal físico es aquel que nos encontramos, el que proviene de la naturaleza.
El mal moral es el que procede de la libertad humana, fruto de la decisión de la voluntad del  hombre.
El mal físico es consecuencia de la contingencia del mundo, la naturaleza imperfecta puede producir ese mal. Pero el pecado humano repercute en la naturaleza.
Respecto al mal moral, la explicación está en la libertad humana, entonces ¿vale la pena que Dios haya creado un mundo con seres humanos libres capaces de hacer el mal? A esto se responde que la grandeza y miseria del ser humano es la libertad, y por tanto podemos ser causa de mal.
Dios ha creado un mundo contingente que tiene fallos y provoca el mal, además ha optado por una creación de hombres libres capaces de hacer el mal.
Ante esto hay argumentos que dicen que el mal puede ofrecer a los hombres una posibilidad de autoformación y enriquecimiento. Pero esto puede llevarnos a justificar el mal por un bien, y eso no es correcto. El fin no justifica los medios, el que haya un fin bueno no justifica medios malos.
Dios quiere un bien, que es la libertad humana, aunque eso causa males, pero Dios quiere lo bueno, no el mal.
La respuesta cristiana al hombre que se encuentra y vive el sufrimiento, es la cruz de Cristo. Dios mismo asume el mal, el dolor, y lo convierte en redentor. Eleva el dolor humano de Jesús y nos invita a unirnos a ese dolor.
No hay respuestas contundentes y definitivas frente al mal. Hay que mirar a la cruz y asumirlo.
Ante el mal, la Sagrada Escritura nos invita a paliar el dolor de los demás, a ser solidarios y compasivos, nos invita a una praxis frente al mal.
En el libro de Job, Dios acaba diciéndole al hombre ¿quién eres tú para pedirme explicaciones? No podemos conocer la mente de Dios ¿cómo vamos a encontrar la razón por la que hay mal?
El problema está en que Dios es omnipotente, es bueno, y está el mal, pues si desapareciese una de estas 3 afirmaciones, no habría problema.
Para reflexionar:
Nuestro sufrimiento y dolor si lo unimos al de Jesús en la cruz ¿contribuye a la redención del mundo?
¿Donde se da la retribución al justo que sufre?

sábado, 14 de septiembre de 2013

TEMAS ÉTICOS DEL NUEVO TESTAMENTO



El interrogante del Nuevo Testamento es: ¿qué tenemos que hacer para ser fieles al acontecimiento Cristo? La respuesta es la conversión.
Los evangelios sinópticos: predican el reino de Dios y su justicia, persiguen una moral que nazca del interior de las personas y los cambie. Es la llamada a la conversión, a cómo vivimos la fe. Para conseguirlo, se nos dice que Dios es misericordioso y se acerca al hombre para que se convierta.
Pero en estos evangelios hay además otra moral, la del discipulado, que consiste en seguir a Jesús. Para ello no basta el aprendizaje teórico, hace falta la adhesión personal al Maestro.
El ideal del Nuevo Testamento no es la ética de mínimos del Antiguo Testamento, sino la de máximos de las bienaventuranzas. Es una propuesta de felicidad basada en una moral que se funda en el amor y la caridad.
Al experimentar el amor, la misericordia y el perdón de Dios, podemos vivir las bienaventuranzas. Es la moral del amor.
La vida moral del Nuevo Testamento es el seguimiento de Jesús en el cumplimiento de la caridad, y se realiza por la acción del Espíritu Santo que es quien lo explica todo, da fuerzas y posibilita que el cristiano se convierta.
Moral paulina: la salvación es creer que Jesús es el Señor. Que las promesas de Dios se cumplen en Jesús.
Es la moral que surge del encuentro personal con Cristo Resucitado, que nos busca, nos cambia y nos libera para que seamos felices.
Nos lleva a ser hombres nuevos que viven en las 3 virtudes que nos mantienen unidos a Dios: fe, esperanza y caridad. La más importante es el amor.
Es una moral de la vida cotidiana basada en las virtudes, con un crecimiento gradual. El cristiano está en camino.
Escritos joánicos: la tarea moral es permanecer en el amor de Dios, y esto se consigue con el seguimiento de Jesucristo.
Al ser Jesús camino, verdad y vida, vivir en Cristo es la verdad y el camino a seguir.
El mandato del Padre Jesús lo entrega: amaos unos a otros como yo os he amado. La clave moral es el “como yo os he amado”. Quiere que nos amemos con esa entrega y radicalidad que es expresión del amor del Padre.
Cristo es el modelo de comportamiento cristiano, por eso el cristiano no vive la ética de mínimos (cumplir los mandamientos), sino que debe amar y entregarse como Jesús.
Carta de Santiago: subraya la importancia de las obras para mantener viva la fe. Existe relación fe y obras.
Nos salva la fe: pero la fe actúa por medio de las obras de amor, ya que al convertirnos intentamos vivir como la fe nos dice.
Es el obrar moral: que exista coherencia entre fe y vida, pues no se puede decir que se cree en Dios y no importarnos lo que hacemos.


miércoles, 11 de septiembre de 2013

SANTIDAD




La carta de S. Pablo a los Efesios en el capítulo 1 versículo 4 nos dice “Él (Dios) nos eligió en Cristo antes de la fundación del mundo para que fuésemos santos e intachables ante él por el amor”. Dios nos llama a la santidad.
Dios nos ha dado la vida para que seamos santos. Existimos para ser santos. Si no somos santos es que no vamos hacia lo que estamos llamados a ser, no vivimos para lo que hemos sido creados.
Y ¿qué es la santidad?: El Vaticano II la define como la plenitud de la vida cristiana y la perfección de la caridad. O lo que es lo mismo, vivir unidos a Cristo y permanecer en el amor de Dios.
Vivir la santidad es participar en la vida de la Trinidad y esto se consigue a través del bautismo, por el que Dios, por medio del Espíritu Santo nos une a Cristo, nos cristifica, nos hace hombres nuevos, de forma que el Padre ama a través de nosotros.
En resumen, vivir en santidad es ser guiados por el Espíritu Santo para obedecer al Padre siguiendo a Jesucristo.
De esta forma participamos de la santidad de Dios, el único santo. Pero hay que tener en cuenta que la vida santa no es fruto de nuestro esfuerzo. Es Dios quien nos hace santos.
Como la perfección del amor la pone el Espíritu Santo, lo que debemos hacer, usando de nuestra libertad, es dejar que él actúe en nosotros, que ame a través de nosotros.
Esta vocación al amor perfecto es para todos. Todos estamos llamados a ser santos, cada uno según su propia vocación, no hay un tipo de vocación que tenga prioridad sobre otra para ser santos.
La heroicidad que nos pide la santidad consiste en el cumplimiento fiel y constante en los quehaceres cotidianos. Nuestra fuente de santificación es nuestro trabajo, cuidado de los hijos… Para ello debemos aceptarlo todo con fe, ir siempre de la mano de Dios, colaborar con su voluntad para poder amar y así manifestar a todos la caridad con que Dios nos ama.
Supone además el esfuerzo en excluir el pecado y toda imperfección deliberada, y cumplir con perseverancia lo que la divina providencia propone en cada momento: dejarlo todo en manos de Dios, aprender a romper nuestros planes y aceptar los de Dios.
Los santos dejan que Jesucristo tome su propia vida. Santo es quien se deja atraer por Cristo y se une a él sin poner resistencia.
La Iglesia está para ayudar a la santidad de los fieles. Esta santidad brota en la Iglesia de la Eucaristía, de la presencia de Cristo.
No es vida cristiana auténtica la que no aspira a la santidad y se queda en la mediocridad o superficialidad.
Los caminos de la santidad son personales y exigen una pedagogía que se adapte a los ritmos de cada persona.
Para reflexionar:
¿Aspiramos a ser santos o creemos que eso no es para nosotros y nos conformamos con una vida cristiana apática y mediocre? ¿El poder ser santos depende de nosotros o de la gracia de Dios?