miércoles, 29 de mayo de 2019

SER LIMPIO DE CORAZÓN ¿PARA QUÉ?


Jesús nos dice que son felices los limpios de corazón (Cf Mt 5, 1-8). En el sermón de la montaña Jesús está anunciando la felicidad plena, pero no nos dice lo que tenemos que hacer para ser felices, sino que se está llamando felices a un grupo de personas carac­terizadas por ciertas actitudes humanas.
No es feliz la persona porque viva esas actitudes, sino más bien las vive porque es feliz, porque ha descubierto que su valor máximo es Jesús.  
Esa vida no es fruto de un esfuerzo personal para encontrarnos con Jesús, sino es la consecuencia de nuestra unión con él la que nos permite vivir con Jesús y como él, las bienaventuranzas.
¿Qué es ser limpio de corazón?: El corazón, en la Biblia, es la sede del pensamiento, del sentir, de la voluntad y de la relación con Dios. Es el centro de la vida interior de la persona, donde reside lo que real­mente buscamos y deseamos.
Podemos tener un corazón impuro y de allí salir las intenciones malas, o podemos ser «limpios de corazón» y vivir en conformidad con Dios.
El ser limpio de corazón no es solo un ac­tuar correctamente, sino que el interior de la persona está unido a Dios, de tal manera que su querer se identifica con el querer de Dios. Nuestro pensar, sentir y desear es conforme a la voluntad de Dios, y el obrar está movido por el amor fraterno.
¿Por qué son felices los limpios de corazón?: porque ellos verán a Dios. San Pablo nos invita a tener los mismos sentimientos que Jesús, y esos sentimientos de los que habla Pablo en su carta a los filipenses son los de, pese a su condición divina, despojarse de su rango y tomar la condición de esclavo, rebajándose hasta someterse a la muerte en la cruz.
Nuestro ascenso a Dios se produce cuando acompañamos a Jesús en ese descenso. El corazón puro es el corazón que ama, que está en comunión con el corazón servicial y obediente de Jesús. Si vivimos el amor y la entrega al estilo de Jesús, nos purificamos y una vez puros veremos a Dios.
Jesús ve al padre cara a cara y el camino que ha seguido Jesús para ver a Dios ha sido rebajarse y hacerse esclavo para servir a los demás.
Para encontrarse con Dios hay que rebajarse en el servicio a los demás, y ahí es cuando Dios nos coge y nos pone frente a él.
Limpios de corazón son los que más aman y esos ya ven con los ojos de su corazón a Dios porque están con él.
Aquí está la felicidad: cuanto más nos acercamos a Dios y mayor relación tenemos con él, nuestro corazón se va haciendo conforme al suyo, nuestros pensamientos, deseos y sentimientos se van haciendo como los suyos. Vamos «viendo» más de cerca a Dios. Y es en esta cercanía con Dios donde está nuestra felicidad.
Para reflexionar:
¿Qué sale de nuestro corazón? ¿Vemos a Dios en el servicio al prójimo?

miércoles, 16 de enero de 2019

LA IMPORTANCIA DEL DIÁLOGO


Jesús ha sido enviado para salvarnos, por eso necesita pasar junto a nosotros en nuestra vida cotidiana. Nos busca y se acerca a cada uno de nosotros para que le conozcamos.
Jesús se acerca a una mujer samaritana (cf Jn 4, 1-26), que podemos ser cualquiera de nosotros, y a través del diálogo se va dando a conocer.
Y comienza el diálogo pidiendo: "dame de beber". Él, que lo tiene todo se acerca a nosotros ¡para pedirnos! ¿Qué necesita de nosotros? La perplejidad de la samaritana es la nuestra ¿tú me pides a mí?
Pero ese es el primer paso para entablar un diálogo con Jesús y en él nos mostrará que los necesitados somos nosotros: “Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice dame de beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva” (Jn 4,10).
Pero para darnos esa agua viva, Jesús nos pide nuestra adhesión a él, que conozcamos el “Don de Dios” que es él mismo, ese Jesús sediento de nosotros y dispuesto a darnos todo lo que realmente necesitamos.
Aunque nos cuesta confiar en su promesa: “si no tienes cubo, y el pozo es hondo, ¿de dónde sacas el agua viva?” (Jn 4,11).
La samaritana sigue comparando el agua viva que Jesús le ofrece con esa otra agua del pozo. Por eso Jesús le explica la precariedad de lo material: “el que bebe de esa agua vuelve a tener sed” (Jn 1,13), y le promete que el que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed” (Jn 1,14a).
El agua que Jesús promete es espiritual, es el Espíritu Santo. Sólo desde la acción de ese Espíritu el creyente puede conocer y relacionarse con Jesús.
Es el agua de la Gracia, de la amistad con Dios, de la fe en Jesús como Salvador, y que tiene que ser “bebida” por el creyente. La palabra, la revelación de Jesús, tiene que ser interio­rizada en el corazón del discípulo, y así iniciar el camino de conversión.
El diálogo con Jesús es redentor, es sanador, es salvador, pues nos conduce a cambiar los deseos materiales habituales que tenemos por otro más profundo: el conocimiento del don de Dios, que es el mismo Jesús.
En cambio, el diálogo con el diablo nos lleva a la perdición. En el diálogo que mantiene Eva con la serpiente (Cf Gen 3, 1-23), esta le induce a no seguir las indicaciones de Dios y apartarse de él, pues de esa forma “seréis como Dios” (Gen 3,5). El resultado de ese alejamiento de Dios es el pecado original que ha cambiado la vida de la humanidad.
Para meditar:
¿Distingo quién es el interlocutor con el que dialogo? ¿soy consciente de que puedo ser engañado?