sábado, 29 de junio de 2013

SACRAMENTO DE LA PENITENCIA



El centro de la predicación de Jesús es la conversión, quiere que cambiemos nuestra mentalidad, nuestra actitud, para enfocarla hacia Dios, para que retornemos al Padre, que es para lo que hemos sido creados.
Necesitamos la conversión, porque el pecado, el egoísmo, la autosuficiencia, nos separa de Dios, nos lleva por otros caminos.
Hoy Jesús se hace presente y actúa a través de los sacramentos. Por eso este sacramento llamado de la penitencia, de la confesión, del perdón, de la reconciliación o de la conversión, realiza la llamada de Jesús a la conversión, a volvernos e ir hacia el Padre, y nos perdona los pecados.
Esta conversión a Dios y a Cristo, nos transforma, nos lleva a reconocer nuestra condición de pecadores y nos mueve a apelar a la misericordia divina.
El volver nuestra vida a Dios, el cambiar de vida, es un don de Dios, necesitamos la gracia de Dios para convertirnos, pero también es una respuesta nuestra, ya que con nuestra libertad debemos aceptar este don, y nos supone un esfuerzo para poder cambiar el centro de nuestras decisiones y orientarlas hacia Dios.
Jesús invita a la conversión, pero también perdona los pecados. Jesús sale al encuentro de los pecadores y reconcilia.
La Iglesia, continuadora de la misión de Jesús hace lo mismo, porque Jesús vincula la acción de los discípulos a la salvación, concede a los discípulos capacidad para que la acción terrena y pastoral de la Iglesia tenga que ver con la salvación.
El sacramento nos reconcilia con Dios y con la Iglesia. Recibimos todo el amor de Dios y la paz. Al recibir el perdón nos reintegramos a la comunidad.
En este sacramento está presente la intervención de Dios que da el perdón y reconcilia, la intervención del hombre que participa con su reconocimiento de pecador y arrepentimiento, y todo ello necesita la mediación de la Iglesia. Siempre hay intervención de Dios, del penitente, y de la Iglesia.
Solo Dios es capaz de perdonar el pecado, Jesús perdona y además concede a la Iglesia el poder de perdonar los pecados. Esto lo vemos en los capítulos 16 y 18 de Mateo y en el 20 de Juan.
No existe límite a la potestad de perdonar, se pueden perdonar todos los pecados, aunque Jesús dice que la blasfemia contra el Espíritu Santo no se puede perdonar. Esto se puede interpretar como no reconocer la salvación de Dios que el Espíritu nos presenta, cerrarnos a la Gracia y a Dios.
La estructura actual de la confesión procede del Concilio de Trento actualizada por el Vaticano II, en el que el pecador aporta su arrepentimiento, la contrición o dolor por haber pecado, la confesión de sus pecados y la satisfacción o cumplimiento de la penitencia; y el sacerdote, en función de su ministerio, de su identificación sacramental con Cristo, aporta la absolución, que es el perdón de Dios.
Se impone una penitencia para restablecer el orden alterado y para que el pecador se cure y pueda convertirse.
Los que se acercan al sacramento de la penitencia obtienen de la misericordia de Dios el perdón de las ofensas hechas a El y al mismo tiempo se reconcilian con la Iglesia, a la que, pecando, hirieron; y ella, con caridad, con ejemplos y con oraciones, les ayuda en su conversión.
Para reflexionar:
¿Realmente tenemos conciencia de que somos pecadores? ¿Somos conscientes de la fuerza de conversión que tiene este sacramento? ¿Podemos tener todo el amor de Dios y la paz con todos sin acudir a este sacramento?