lunes, 11 de septiembre de 2017

TIBIEZA: EL GRAN PECADO

La Iglesia ha de estar en una actitud de renovación y conversión constante, en escucha de la Palabra que el Espíritu le dirige: “El que tenga oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias” (Ap 3,22). Todos en la Iglesia debemos entrar en una dinámica de conversión bajo la guía del Espíritu.
En la Iglesia no podemos caer en un conformismo, en una tibieza que nos lleve a pensar que somos buenos y que estamos bien, pues esto nos impide cambiar. Así no nos convertimos.
La tibieza es lo que más desagrada a Jesucristo: “Conozco tus obras: no eres ni frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Pero porque eres tibio, ni frío ni caliente, estoy a punto de vomitarte de mi boca. Porque dices: Yo soy rico, me he enriquecido, y no tengo necesidad de nada; y no sabes que tú eres desgraciado, digno de lástima, pobre, ciego y desnudo” (Ap 3, 15-17).
Es un juicio severo que Cristo hace a la iglesia de Laodicea y que se puede aplicar a cualquiera de nuestras comunidades cristianas. A Jesús le produce náuseas la tibieza de una iglesia que vive torpemente instalada en el orgullo religioso (el peor de los pecados), que es incapaz de reconocer su pobreza y se cree rica y perfecta.
Los responsables de la decadencia de la cristiandad son los cristianos mediocres. Solo evangelizaremos si nuestra vida está unida a la de Cristo y transmitimos su Palabra con entusiasmo y fervor. El conformismo y la autocomplacencia llena de orgullo religioso nos aleja de Dios.
Se puede luchar contra la tibieza a base de leer y reflexionar sobre el Evangelio y a través de una oración humilde y perseverante.
Para reflexionar:
¿Soy autocomplaciente con mi vida cristiana? ¿Estoy satisfecho de lo que hago como cristiano? ¿Me considero que estoy por encima de la media en cuanto a mi fervor cristiano?